Antonio M. Tenas
Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica del alto Palancia
* Leído
el día 16 de mayo de 2014 en la Societat Coral 'El Micalet', de Valencia,
durante la presentación del cuaderno especial de la revista SAÓ, dedicado al
patrimonio de la guerra civil en el País Valencià.
El patrimonio de la guerra civil española es de todos. Es
mío, tuyo, nuestro, de todos. Las trincheras, los nidos de ametralladora, los
parapetos, las piedras sobre piedra que hay en los montes, los búnkeres, las
chozas, los refugios, las inscripciones, todos sin excepción, son nuestros, son
de todos.
El patrimonio de la guerra es nuestro, forma parte de
nuestro pasado, es el vínculo que nos une con la historia reciente, historia
que nos define como personas, como pueblo, como país; esa historia nos explica,
y las huellas que quedaron como cicatrices del pasado forman parte de ella, por
tanto, nos pertenecen.
También es nuestro presente, pese a los años transcurridos
todavía pervive entre barrancos, lomas, sierras, huertas, playas, en los cruces
de caminos, al girar la esquina. Aún hoy, prácticamente octogenario,
abandonado, oculto por la maleza, en ruina, expectante… nos espera. El presente
es este instante, en el que pensamos o hablamos del patrimonio.
El patrimonio también es futuro, queda mucho por
hacer.
En la última década, diversos colectivos valencianos se han
empeñado en protegerlo, rebuscando en su pasado, difundiendo su historia,
asegurando su futuro, sea el que sea, pero sin vuelta atrás. Decididos.
El futuro del patrimonio de la guerra civil no son
únicamente las decisiones que tomen las instituciones, ni los ayuntamientos, ni
quienes, desde ellas, tienen la capacidad de protegerlo de forma inmediata. El
futuro del patrimonio no se encuentra sólo al alcance de esas manos, la
protección del patrimonio no depende únicamente de ellos. Depende de todos
nosotros, también de las nuestras. De nuestras decisiones.
Hablar de la guerra civil española es hablar de muchas
cosas: de ideales, de lucha, de muerte. El patrimonio, sin embargo, no es eso.
Hablar de patrimonio es hablar de otra cosa: es hablar de piedras, de cemento,
de hierro. Esto hace que sea de todos, en un doble sentido: nuestro, porque nos
pertenece, porque es nuestro pasado; pero también de unos y de otros,
independientemente de nuestros posicionamientos, porque el patrimonio se
deshizo de ellos al acabar la guerra. En realidad el patrimonio nunca
fue, hasta que lo hicimos patrimonio, nosotros.
No es de nadie: ni es rojo ni es fascista; tampoco es
republicano, ni franquista, ni comunista, ni anarquista. El patrimonio no habla
de ideologías, eso lo hacemos nosotros, reivindicando una parte de la historia
u otra, una visión u otra. Las trincheras no reivindican nada, son inofensivas,
se caen a pedazos. Somos nosotros, y no ellas, quienes hablamos de quiénes las
cavaron, porqué motivos. Ellas no decidieron y, de hecho, ahí permanecen,
calladas, neutras, aceptan a quien camine por ellas, no le preguntan.
No agradecen a quien las dignifica ni culpan a quien las
niega. No discriminan entre quien las protege y entre quien las ignora. Ellas
son de todos, de unos y de otros, nada en ellas hace que debamos mirarlas con
recelo, así como tampoco lo contrario, por mucho que con ellas podamos
identificarnos porque, aún así, ellas continuarán impasibles. Son piedras,
forjados, zanjas; accidentales; historia; patrimonio, de todos, de unos y de otros;
para todos, sin excepción. Pasado, presente y futuro; pero pasado al fin y al
cabo, sin más trascendencia que la de ser conservado.
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